Asedio fallido al castillo del miedo
Arrojé un puñado de sal, en los arados de la duda. Derramé veneno en el aljibe de la razón. Apilé los cráneos de mis difuntos miedos, en el pórtico que adorna la puerta sin llave. Reuní a mis guerreros y me despedí evitando formalidades. Sólo después, pude contemplar las llamas del hades, cubriendo los restos de un pasado, refutable. Hostigado por férreos fantasmas mutilados, la mano del averno rasguñaba mis talones. Derrotado, volví a la que creía mi tierra. A rastras, con sangre ajena en mi capa, llegué escuchando los reproches de los que nunca se conmovieron ante una arenga. Reproches y más reproches. Me sentí vacío. Dicen que un hombre que esta fuera de su hogar está incompleto; pues un hombre que no tiene hogar, talvez está muerto. Hoy me acuesto en la hierba y contemplo las nubes. Siempre es un buen día para partir y dedicarse a contar ovejas. Si fuera tan fácil.