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¡Oh Místicos!

Cuantas cosas misteriosas nos pasan día a día, estamos pensando en alguien, y ese alguien nos manda un mensaje, tarareamos una canción en nuestra mente y alguien, dos minutos después, la canta en voz alta, nos reencontramos con aquellos que creíamos no ver nunca más en los lugares menos pensados, encontramos tirado un paraguas en la calle en un día de lluvia. Pero, ¡Oh, místicos! No se equivoquen. Lo maravilloso de esas cosas es precisamente que sean. En su acontecer reside lo fantástico. Pero nuestro racionalismo, a veces, nos lleva a tratar de explicar porqué suceden. Y ahí caemos en el misticismo: energías, causas finales, porqués y planes divinos. Y luego creemos que lo maravilloso del mundo es lo místico y no el mundo en si mismo, y que el mundo seria terrible sin el misticismo. Al contrario, Místicos, por favor, devuélvannos el mundo, así solito, con todas sus maravillas inexplicables, es lo suficientemente mágico como para no requerir dualismos. Incluso las explicaciones mat

Hacer las cosas bien

En muchas ocasiones he escuchado a la gente decir "Ami, cuando hago algo, me gusta hacerlo bien" o, en otras versiones como: "Cuando yo hago algo, lo hago bien" o, también, "Si lo tengo que hacer, lo hago bien". Al contrario, yo no soy de esos. Me gusta hacer las cosas más o menos y hasta, algunas veces, me gusta hacerlas mal, para ver que pasa. No es maldad, es mera curiosidad. Sin embargo, algunas veces las cosas me salen bien, y si me salen bien gratuitamente, hay que poner un poco de esfuerzo para que queden más o menos, así que no me acusen de perezoso, porque trabajo tanto como ustedes, quizás más. Así voy por el mundo haciendo las cosas más o menos, que es algo que siempre me sale bien. Lo cual resulta paradójico porque, si hago todas las cosas más o menos, el hacer las cosas más o menos es algo que hago bien, y no más o menos. Entonces, ya no son todas las cosas las que hago más o menos, sino todas menos una, que es hacer las cosas más o menos.

¿Crées que nos conocimos por Azar?

No puedo creer que exista una razón para que yo esté hoy aquí. No aceptaría siquiera que hay ciertos sucesos que deban pasar en mi vida necesariamente, excepto, claro, aquellas cuatro viejas verdades biológicas del budismo: el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte. Si las cosas pasaran por algo, si hubiera un plan escrito de antemano, un destino, un camino trazado por alguna inteligencia donde tengamos que conocer a tal o cual persona, sentir tal o cual pasión o ir a tal o cual lugar, se rompería lo más bello e inherente de éste mundo: que hay miles de caminos posibles, miles de formas de recorrerlos, miles de otros que pueden afectarnos en miles de modos diferentes. No es que haya sólo ciertas personas especiales que puedan enseñarnos cosas, y que hayan sido puestas en nuestro camino para ayudarnos a seguir. Podemos componernos casi con cualquier otro, porque todos somos humanos, y tenemos mucho más en común con otros que lo que nos separan las diferencias culturales,

Rivera Indarte

La empedrada no oculta la naturaleza del lugar, la calle. Rivera Indarte, para los que alguna vez se detuvieron ante el letrero. Allí se encuentran las más finas sedas, amalgamadas con el 40% poliéster. Los pasos de mocasines, guardapolvos, tacos y corbatas, que corren sus anónimas maratones cotidianas, para subir a los colectivos, pagar las facturas, llegar a tiempo al trabajo o a la escuela. En ese camino de pasos de peatonal, se esconde el mundo. Cobijado entre cartones, ofreciendo estampitas por una moneda, el mundo sostiene a un hombre sin manos. Luego, los peatones me preguntan: ¿Por qué filosofía? y ríen.

Hidra

Hoy en día se nos trata de convencer que los héroes no existen. La principal diferencia entre las garras del tigre y la inteligencia del hombre es muy evidente. Si un tigre no utiliza sus garras, muere de hambre. En cambio, si un hombre no utiliza su principal capacidad natural, su inteligencia; un segundo hombre -inteligente y ambicioso- pondrá la voluntad del primero a su servicio. Este primer hombre, transmuta en una herramienta, en una simple extensión de la mano del hombre ambicioso. Sería un acto muy noble, si todas las personas que afirman «no me gusta pensar demasiado» revirtieran su condición, tan solo para que la mano del hombre ambicioso no se convierta en una hidra, que devore sin piedad, a los últimos hombres libres.

Errante

No vive en tierra esperada, no acusa ningún deber, nada más puede haber, la vida le ha sido dada. Aroma a tierra mojada, cuerdas, voces y risas, sueños desechos en trizas, besos de alguna amada. No encontrará un camino, donde arrastrar su sombra, vuela como la alondra. Luego, no habrá destino. Duda siempre del oro y de la mano barajada. Entre muleta y espada, siempre ovaciona al toro. No será paraíso, sólo, tierra y ceniza. Vaga, ebrio de risa, aquel caro a Dioniso. Sin las gibas del camello, devora hombres el león. De un niño será su bastón, cuando pueda olvidar lo bello.

El hombre a la orilla del río

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Chapoteando en las frías aguas del río Estigia, pienso. ¿Esto es todo? El barquero encalla y sonríe, Seis demonios me esperan en la orilla. El más pequeño de todos se acerca y me recita unas palabras en lengua extraña: -Me debes 250 años, tu tiempo es mío.  Como humano, naces con una capacidad innata para hacer el mal. Cada acción directa o indirecta que produzca sufrimiento a otro ser, equivale a un segundo de vida. Ese segundo es restado a los 300 años que te han sido regalados. Intento decir algo, pero ya no tengo palabras. No puedo moverme. Sólo veo flashes en mi cabeza de personas tristes, animales muertos, lágrimas, gritos, sueños rotos. Cada imagen sangra en mis sentidos durante un intenso e interminable segundo, luego aparece otra… Comprender el mal que hemos hecho, eso es el infierno.

3er día

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Babilonia hoy no tiene color, babilonia hoy no existe. Me levanto sin abrir las ventanas, talvez me acueste sin hacerlo. Adivino lo que hay afuera, como quien mira una película por tercera vez. Puedo pensar a las personas, vociferando los mismos vocablos día tras día. Empeñando su vida en esa palabra, palabra que no voy decir, ni aceptar. Puedo pensarlo, pensarlo todo. Me levanto sin abrir las ventanas, talvez me acueste sin hacerlo. Babilonia hoy no tiene color, babilonia hoy no existe.