A Marte, historia de Dioses resentidos
No puedo decir que sean míos,
Todo lo contrario, esos brujos me poseen.
Eran tiempos de paz en el imperio, la tristeza de Marte era el regocijo del pueblo. En sus aposentos caminaba inquieto, despotricando contra los demás dioses. -Maldito seas Júpiter, tu que reinas y eres amado y temido por todos. -Maldito Neptuno, que te regocijas con las ofrendas de pescadores alrededor del mundo. –Maldita Venus que bebes suspiros y haces perder sus cabales hasta a los mismos dioses. A mí solo me queda la sangre, unos minutos de sangre que luego me son robados por Plutón, Maldito tu también, señor de los muertos.
La impotencia llevo a Marte a sentarse en una piedra a llorar. Esa fue una época de grandes lluvias y terremotos. Los llantos de ira y los golpes de espada que propinaba contra las rocas llegaron a oídos de Cupido.
Nadie sabe si fue por su naturaleza romántica o por efecto de algún elixir extraño que él mismo estaba probando, pero Cupido se compadeció de la desgracia de Marte y le propuso un pacto. Marte podría compartir las flores y frutas, palomas, inciensos y perfumes, que la gente le regalaba a Cupido como ofrendas por su trabajo de celestino, pero debía proporcionarle tantas flechas como el necesitara, y debía forjar las flechas con un acero que diera a los hombres heridos por las mismas, la fuerza, valentía y el vigor de los antiguos guerreros.
Marte accedió de inmediato y además bañó al azar las flechas con distintos elixires mágicos, entre los cuales se encontraban el de la ira, el de los celos, uno que hacia olvidarse del tiempo y el espacio, también uno que agudizaba todos los sentidos, uno que hacía perder el razonamiento lógico y otro muy especial que ocultaba los defectos del mundo a los hechizados.
Nunca se supo más nada del pacto entre Marte y Cupido, si alguna vez fue roto, o si las flechas alguna vez se acabaron.
Algunos dicen que los antiguos dioses ya han muerto, pero cuentan que gracias a ese pacto surgió una raza de hombres que por amor lograron hacer realidad hasta las más imposibles hazañas. Algunos afirman haber visto a esos hombres caminando entre nosotros, incluso, hasta el día de hoy.
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