Algunos dicen haberlo visto por la ciudad universitaria, otros que rondaba por 9 de julio y General Paz. Vestía una gabardina y un sombrero negro. Cargaba una bolsa en lugar de un maletín y generalmente pasaba desapercibido. A veces, detenía a las personas preguntado la hora, o el nombre de alguna calle. Otras, se hacía pasar por un vendedor ambulante o pedía fuego, aunque no fumara. Ni bien alguien se acercaba, con un simple pase de manos robaba su mascara. Mascaras felices, acongojadas, furiosas, eufóricas, enamoradas, tiesas, indecisas, contemplativas, siniestras, entre tantas otras, viajaban en su bolsa. Muchas veces, intercambiaba las máscaras entre las personas. De ese modo los afligidos volvían pensativos a sus casas y los enamorados confundidos. Si recuerdan haber sufrido algún cambio de ánimo repentino, probablemente, ustedes también han sido víctimas de alguna de sus fechorías. Miles de dibujos, versos y poesías fueron dedicados al ladrón de máscaras. Algunos memoriosos todav
Comentarios
Maldita rutina que no arruina la vida. Produce cansancio, pero es un vicio.
saludos y mucha suerte.