Estrella
-¡Confiesa!, dijo el oficial al muchacho. Callado, con una mirada obstinada, sacó el encendedor de su bolsillo e intento encender la manga de su propia camisa. El oficial tuvo que esposarlo inmediatamente. Al poco tiempo fue juzgado y encerrado en un manicomio. Era el típico caso de un piromaníaco. Había incendiado su morada y a pocos metros un sitio baldío, no parecía arrepentirse. La siguiente fue su declaración ante la justicia: -Diminutos y perecederos hombres, no pueden culparme, soy un artista. No estoy tratando de destruir, estoy creando, dando vida. Si la tierra ardiera completamente en llamas, brillaría con luz propia en el universo, sería una nueva y hermosa estrella, en el firmamento de algún planeta lejano.