Dar el asiento
En un primer paso al nirvana, uno se da cuenta que ir parado o sentado en el colectivo, es lo mismo. Un detalle menor, en un momento superfluo, dentro de la vida de una persona. Nunca será recordado significativamente, ni tiene un fin mayor, que la satisfacción sensorial inmediata. Talvez, entre el metal, el plástico, el aire denso y húmedo, la sensación de hacinamiento, uno puede llegar a preocuparse, estar tenso o hasta discutir con otra persona, para conseguir un preciado asiento. Mirar de reojo si alguien se esta por levantar, acelerar rápidamente a la parte trasera para asegurar un perpetuo viaje sentado, quejarse, caminar de un lado a otro resoplando, son algunas de las conductas que genera una larga y paranoica búsqueda infructífera. A los pocos minutos de haber descendido, ya dirigiéndose hacia el destino en cuestión, el desgaste psicológico, generado por la minúscula, pero obsesiva batalla es olvidado. Los restos de stress, se acumulan en el subconsciente y reaparecen en