Adicto al juego
Quien tuvo alguna vez puesta una camisa de fuerza sabe como me siento. Estoy sentado en la esquina de una sala, de mí sala. La sala 22, o simplemente, el calabozo. Me gusta llamarle así cuando encarno la vida de un pirata. Es un huevo gigante, cuando soy un pájaro que golpea con su pico las paredes blancas. Es mi palacio, cuando soy el príncipe de Persia, y a veces, me conformo con pensar que es un gigante malvavisco, que tengo que terminar de comer para salir y ser libre. Ha sido tantas cosas en estos años, y yo he sido tantos, que a veces suele pasar que llegan los piratas a condenarme a caminar por la tabla, y se encuentran con un príncipe, o llegan mis esclavos desde Arabia y se asustan al ver al pájaro gigante, huyendo despavoridos. Si bien he escapado de la muerte muchas veces gracias a las confusiones de los personajes, o de los mundos, he perdido oportunidades valiosas de escapar también. Que hago aquí, se preguntaran ustedes. ¿Que es lo que hacen ustedes ahí?, me pregunt